Las propuestas climáticas no pueden estar entre líneas
El cambio climático es real, irreversible y de origen humano. Se espera que sus efectos modifiquen la magnitud, frecuencia, intensidad y exposición a los riesgos físicos en Chile, especialmente debido a los cambios en la temperatura y las precipitaciones.
Los riesgos de normalizar el negacionismo climático son demasiado altos como para permitir que los programas de gobierno presentados en la actual elección presidencial y parlamentaria de nuestro país sean ambiguos o, incluso, silenciosos al respecto. Es nuestro deber, como ciudadanos, revisar las propuestas a consciencia y exigir iniciativas legislativas, económicas y sociales en torno a la mitigación y adaptación frente a esta evidente crisis planetaria. La evidencia científica es contundente. Rechazarla, minimizarla o, sencillamente, distorsionarla conlleva múltiples y serios riesgos para la sociedad, la economía y el medio ambiente de cualquier nación.
Un gobierno que desprecia la crisis climática significará un retraso en la implementación de políticas que pongan en acción la reducción de emisiones contaminantes, el fomento al uso de energías renovables y la adaptación al nuevo contexto climático.
Decir que cada año perdido aumenta la dificultad de evitar impactos severos debiera resultar evidente, pero a esa base también debemos agregar el aumento de los costos económicos a largo plazo. Un gobierno que decide la inacción está aumentando el riesgo de enfrentar mayores daños por desastres naturales como grandes inundaciones, incendios o sequías, elevando los costos de adaptación y recuperación exponencialmente.
Un país que fuese dirigido desde el negacionismo climático eleva sustancialmente los riesgos en salud pública, quitando de sus focos prioritarios el control de la contaminación, la adaptación a eventos climáticos extremos y la desprotección de sus recursos hídricos. Negar la urgencia climática retrasa esfuerzos para proteger océanos, suelos degradados y especies en peligro, lo que, a corto y mediano plazo, se traduce en una pérdida de biodiversidad que afecta a la producción de alimentos y la estabilidad ecológica de los ecosistemas.
Es urgente que como país asumamos el desafío prioritario de guiar los procesos de innovación y competitividad hacia la inversión en energías limpias, la eficiencia energética y la resiliencia de nuestra población, en conjunto con los grandes mercados globales que avanzan hacia la descarbonización.
Como habitantes de Chile, un país rico en recursos naturales y en desarrollo científico, no podemos permitirnos la desinformación ni la apatía. Tenemos ejemplos de sobra de los efectos que esto podría significar: inundaciones, aluviones, sequías y perdidas de glaciares, entre otros.
Como ciudadanos y votantes debemos exigir claridad en las propuestas y programas de gobierno de quienes pretenden gobernar. El negacionismo y el desprecio hacia la crisis climática no es una opción. La mitigación, adaptación y transición energética no admite retrasos ni perdona la mala planificación.
