Crecepobres
La ministra Yolanda Díaz, que viajó a Roma junto a su comitiva por cuatro duros –224 euros, aquí lo leyeron–, no da datos de cuánto ha usado el Falcon. Tampoco de lo que le abona al servicio. A usted o a mí, a nivel cuenta corriente, no nos cambiaría la vida: no saldríamos de pobres aunque nos correspondieran algunos céntimos en caso de flagrante despilfarro y casi seguro que no lo hay. Sin embargo, el oscurantismo de sus facturas es preocupante. Por la falta de transparencia, por supuesto, pero sobre todo porque no hay mejor forma de ir contra la clase trabajadora que ser o parecer un político barato. El alto cargo 'low cost', y no hace falta MBA para saberlo, destroza cualquier estrategia laboral. Aunque parezca lo contrario, es mejor un político caviar en abierto que un tapafacturas. Éste, sin quererlo –espero– sigue una estrategia crecepobres. Aunque haya quien crea lo contrario, laboralmente renta más que se sepa que comandantes y tripulación del Falcon tienen un sueldo más que digno y un ritmo regular de trabajo, que la limpieza en la casa de la ministra de Trabajo se pagan con amplias nóminas y que todo representante del Ejecutivo de viaje en el Vaticano deja una generosa propina al camarero. Que el Estado paga bien es condición básica para que lo hagan los demás. Se llama dar ejemplo. Por eso, con mi dinero no quiero que se escamotee un solo euro a ningún empleado. Necesitamos representantes que dejen a su paso un reguero de dinero, bien gastado, pero reguero. La factura pública ha de denotar cuentas justas y esfuerzo recompensado. Suele ser la mejor forma de crear riqueza: se compra cosa o servicio, se recibe y se paga. A ser posible, bien. Hace unos años cerró una fábrica de grifos española. La plantilla pidió a los políticos que hicieran algo para salvar los puestos de trabajo. Se intentó, pero era difícil. Sus grifos costaban más de 100 euros frente a los de 20 euros de algunas grandes superficies. Es la dictadura del precio: el lujo de pagar más –calidad aparte– por algo que parece lo mismo. Pero, ¿cómo va a ser lo mismo? Si una ministra se empeña en hacernos creer que ha ido a Roma por menos de 300 euros nos está arruinando el sistema. Esa cifra universaliza el precio de la explotación, de la precariedad, del salario barato. A los ciudadanos nos convierte en rácanos perseguidores de la ganga. Un día brujuleas en la web y pescas un vuelo barato, sin maleta, con la familia separada, saliendo a horas intempestivas… Otro te toca negociar las horas por la limpieza de la casa, el cuidado de los niños o de los abuelos y no te mueves ni un céntimo por arriba. Es más, regateas a la baja. Se llama tacañería por imitación y te lleva a comprar el grifo de 20 aunque igual hubieras preferido el de 100. De hecho, te hubiera ido mejor el de 100. Porque a veces, como en política, lo barato no es más que apariencia y sale caro.