El cine español vive en la cartelera un año glorioso, aunque la taquilla no se contagie del buen momento. Coinciden esta temporada títulos premiados dentro y fuera de nuestras fronteras, desde ‘Alcarràs’, de Carla Simón, Oso de Oro en Berlín, a ‘As bestas’, de Rodrigo Sorogoyen, que se estrenó en Cannes y acaba de arrasar en el festival de Tokio. Entre medias, títulos que otros años serían favoritos al Goya, desde los ‘Cinco lobitos’ de Alauda Ruiz de Azúa que ganó en Málaga hasta ‘Un año, una noche’, de Isaki Lacuesta; ‘Girasoles silvestres’, de Jaime Rosales; ‘La consagración de la primavera’, de Fernando Franco; ‘Mantícora’, de Carlos Vermut, y hasta ‘Voy a pasármelo bien’, de David Serrano.
Y entre todas ellas, como un pequeño milagro, se cuela ‘El agua’, una ópera prima con acento murciano y nacida del mismo corazón de la huerta, de Orihuela, y que bebe directamente del río de la tradición oral, de las leyendas populares y del vínculo entre abuelas, madres e hijas que vertebra, en realidad, el mundo entero. Se titula ‘El agua’, se estrenó en Cannes y su directora, Elena López Riera, tiene asegurada al menos la nominación a la mejor dirección novel con una película que tiene mucho de ‘realismo mágico’, una etiqueta que si bien ya no significa mucho sí que sirve para entender el viaje que propone la cineasta.
«Tengo muchísimo respeto a lo que significó en la historia de la literatura esa etiqueta, y me parece muy raro verme ahí cuando leo cosas de mi película», cuenta entre risas la cineasta, que en la conversación se acabará definiendo como una persona tan espiritual y sensible a todo ese mundo que flota entre lo tangible y lo imaginario que resume todo lo que ‘El agua’ desliza bajo su capa más visible. Porque la historia parece simple. O sencilla: Ana (la actriz Luna Pamies) vive con su madre (Bárbara Lennie) y con su abuela (Nieve de Medina) frente a la carretera en una casa sobre la que corren habladurías. Porque -y lo cuentan a cámara en una mezcla de ficción y documental tan invisible como lo real y lo irreal dentro del filme- circula el rumor de que con cada inundación el río se lleva a una joven de la que se ha enamorado. Algo así como un destino maldito para aquellas mujeres «que tienen el agua adentro».
Pero es verano -en la pantalla-, y aunque Ana ha escuchado esas historia lo que quiere es pasarlo bien con sus amigos, enamorarse y soñar con ver algo más que esa carretera frente a su puerta. Aparecen ahí los jóvenes aplastados por el calor murciano que piensan en escapar a Madrid, a Londres o a cualquier lugar, y que al final se conforman con buscar un coche que los lleve a echar un día de playa.
«Me educaron en una tradición de no distinguir la realidad de la ficción, creer en saberes no reglados por la ciencia que te ayudan a vivir, a comprender cosas. Y esto es un homenaje a esas mujeres que me educaron y a no querer renunciar a esa herencia», apunta la directora, para quien la película es también un retrato de los jóvenes que viven en la periferia. «Ese acervo cultural, que se transmitió de manera oral, está en riesgo de perderse, y sería una pena», sentencia. Por eso filmó esta historia, para la que incluso se ayuda de las imágenes de las inundaciones de 2019 donde, realidad o ficción, el agua subió para ocupar su territorio. Y quién sabe si para reclamar a un joven amor.