Si piensas apuntarte a MMA, lee antes este nuevo estudio científico
El éxito de Ilia Topuria ha traído la fiebre de las MMA a España.
Los gimnasios están haciendo su agosto y, aunque durante un tiempo se sumarán a los tatamis muchos novatos desubicados, es de esperar que quede cierto poso
pasada la moda. Es más, puede que tú mismo te estés planteando vestir el rashguard
y las guantillas, comprarte un bucal y aprender a lanzar crochés y hacer
mataleones. Si ese es tu caso (incluso si llevas tiempo entrenando deportes
de contacto) este nuevo estudio de la Universidad de Nevada podría interesarte.
Porque, aunque estos deportes aportan beneficios físicos y psicológicos interesantes, también suponen un gran impacto para las articulaciones y, lo que
suele preocuparnos más: para nuestro cerebro.
A pesar de lo que pueda parecer, ni los guantes de boxeo ni
las guantillas están diseñados para cuidar el cráneo de nuestro rival. Su
estructura ha sido pensada para proteger nuestras manos y evitar, tanto
roturas, como cortes y rozaduras. Podemos debatir sobre cómo los guantes
modernos protegen más el pulgar que los clásicos de “langosta” o si las famosas
guantillas de las MMA son innecesariamente peligrosas. Lo que está claro es
que ni los guantes ni las guantillas (ni los cascos de estos deportes) reducen
significativamente las contusiones craneales. Contusiones que, de hecho,
son más frecuentes y graves en boxeo que en ningún otro deporte de contacto. Un
dato al que sumamos otro: que las contusiones craneales son un factor de
riesgo para el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer o
el párkinson.
¿Dónde vives?
Hasta aquí podríamos decir que no hay nada nuevo bajo el Sol,
que todos los deportes tienen un riesgo y que, si somos cuidadosos, no
competimos, entrenamos el cuello y dosificamos los días de sparring (combatiendo
“suave”), podemos reducir notablemente el riesgo, aunque no anularlo. Por otro lado, practicar estos deportes es un buen incentivo para reducir otros factores de riesgo
asociados con estas y otras enfermedades, como el sedentarismo, el tabaquismo,
la mala alimentación o el consumo de alcohol. Ahora bien, según el estudio que
investigadores de la Universidad de Nevada acaban de publicar en la
revista Neurology Open Access (una de las publicaciones oficiales de la
Academia Americana de Neurología), parece haber encontrado un factor de
riesgo “inesperado” que predice qué luchadores son más propensos a desarrollar signos
neurodegenerativos.
Y, cuando entrecomillamos “inesperado” es porque, a pesar de
tratarse de un sospechoso habitual, no solemos pensar en él cuando evaluamos el
impacto de practicar deportes de combate (bueno, justo en esta frase en
concreto el entrecomillado indica el uso del metalenguaje). El sospechoso en
cuestión es: el estrato socioeconómico de su infancia. Hace décadas que los
epidemiólogos saben que, en general, podemos saber más sobre la salud de un individuo
conociendo su código postal que su código genético y este caso parece que no es
una excepción. Para llegar a estas conclusiones los investigadores estudiaron
a 100 atletas profesionales de deportes de combate, algunos en activo y otros recientemente
retirados. Todos ellos contaban con, al menos, 10 peleas profesionales, un
14% eran mujeres y un 43% se identificaban con una etnia no mayoritaria. Así
pues, tras seguirlos durante cinco años, concluyeron que, si bien el 20% presentaba
problemas cognitivos, estos afectaban, sobre todo, a los que se habían criado
en barrios con mayores desventajas sociales.
Cerebros diferentes
Entre los estudios realizados durante el seguimiento, los
luchadores se sometieron a una resonancia magnética cerebral y, en ella,
pudieron determinar que quienes residían en barrios más desfavorecidos (con
menos ingresos, peor educación o dificultades habitacionales) poseían algunas
estructuras cerebrales más delgadas que la media. Estructuras como el
tálamo o el cerebelo, ambas relacionadas con el movimiento y, en el caso
del tálamo, el sueño, la conciencia y otra serie de funciones fundamentales. Así
mismo, también parecía haber un adelgazamiento del hipocampo,
estrechamente relacionado con la memoria a corto plazo y la orientación
espacial. Dicho de otro modo: presentaban características que indican
vulnerabilidad ante enfermedades neurodegenerativas.
La reducción, de hecho, no era precisamente sutil. El
tálamo, por ejemplo, era un 60% menor en los luchadores criados en barrios desfavorecidos
que en los residentes de barrios más acomodados. “Los hallazgos respaldan
una comprensión más amplia de la salud cerebral, que no solo considere el
entrenamiento o el historial de combates, sino también el contexto social y
económico en el que vive la gente”, dijo Conway Kleven. “Nuestro estudio
sugiere que el lugar donde uno crece importa. Reconocer los factores de estrés
puede ayudar a diseñar enfoques más equitativos para proteger la salud cerebral
a largo plazo.” Porque, aunque en el estudio no pretenden establecer que la
desventaja socioeconómica cause más cambios en el cerebro. Solo muestra una
asociación, esto es: que ambas características tienden a presentarse juntas.
¿Significa esto que si provenimos de barrios menos
favorecidos deberíamos evitar practicar deportes de contacto? No necesariamente.
Bastantes limitaciones nos imponen el sistema como para convertir estos
estudios científicos en prescripciones. Sin embargo, conviene conocer de qué
privilegios carecemos para poder decidir con la mayor libertad a qué riesgos
queremos exponernos y, sobre todo, cuánto esmero debemos poner en contrarrestar
el hándicap que la sociedad nos impone.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Este tipo de estudios son especialmente pertinentes a la hora de analizar las consecuencias sociales de un sistema que hace que, precisamente a las personas en situación de mayor vulnerabilidad, acepten los riesgos sanitarios de convertirse en un luchadores profesionales a cambio de unas condiciones laborales absolutamente precarias.
REFERENCIAS (MLA):
- Conway Kleven, Brooke D., et al. “For Professional Fighters, Childhood Disadvantage Linked to More Brain Changes Later.” Neurology Open Access, American Academy of Neurology, 13 Aug. 2025.
