Poco resta para dejar atrás al último mes de 2025. No ha sido un período fácil para Cuba, eso es cierto. Pero ha confirmado la capacidad de adaptación, creatividad y empeño de «echar pa’lante» que muchas veces salvó una jornada compleja o hizo más llevadera alguna dificultad.

Entre alegrías, retos y ausencias, esta Isla siguió andando y, con ella, la gente que desde su trinchera se negó a quedarse de brazos cruzados. En la economía del hogar hubo que reorganizar prioridades y aprender a hacer donde hubo menos. Muchas familias ajustaron el menú, cambiaron hábitos de consumo, buscaron alternativas y emprendieron pequeños proyectos para complementar sus ingresos.

Tampoco faltaron a lo largo del año espacios para el crecimiento personal y profesional. Aun en medio de dificultades, se abrieron cursos, se realizaron eventos, se multiplicaron iniciativas en comunidades, proyectos culturales y deportivos, y muchas personas aprovecharon las posibilidades de la comunicación digital para aprender, en­señar, sustentarse y mantenerse conectadas.

Jóvenes investigadores, artistas, deportistas, trabajadores por cuenta propia y colectivos laborales en general mostraron que es posible construir alternativas en el barrio, en el centro de trabajo, en la universidad y allí donde se junten el empeño y las ganas de hacer. Sin dudas, cuando se quiere se puede.

Las fiestas de fin de año llegan en un contexto complejo, pero no exento de motivos para el optimismo. En vez de largas listas de propósitos imposibles, en la Cuba de hoy empiezan a imponerse metas más concretas y alcanzables, sin obviar el espacio para los sueños. No se trata de conformarse, sino de entender que los cambios grandes se construyen a partir de pasos pequeños que cada cual puede dar en su realidad más próxima.

El país enfrenta desafíos serios y nadie lo desconoce; sin embargo, junto a ellos también hay reservas de talento, vocación de servicio y sentido de pertenencia que se expresan en el médico que no abandona su consultorio, la maestra que sigue innovando
métodos para que los alumnos aprendan o el chofer que cumple diariamente su ruta.

Cuando lleguemos al 31 de diciembre, volverán los abrazos, los buenos deseos y los rituales de siempre. Volverá el plato preparado con cariño a borbotones, la llamada al familiar que vive lejos pero nunca está ausente, la música que suena en la cuadra, la quema del muñeco que representa el año viejo, los cubos de agua que limpian todo mal o la vuelta con la maleta para lograr un viaje.

De cara a 2026, el reto está en no dejar que el desánimo gane terreno. Cada propósito de año nuevo, ya sea personal o colectivo, puede convertirse en una hoja de ruta a seguir en los próximos 12 meses para construir una mejor versión de nosotros mismos y, en consecuencia, de nuestro entorno.

Si hay un deseo que pueda resumir este fin de año, tal vez sea que el venidero nos encuentre más preparados, organizados y con un profundo sentido de la nación, que no de lugar a individualismos. Cuba somos todos y, por tanto, su futuro se construye, cada día, entre todos.