El 6 de noviembre de 1479, tal día como hoy de hace 543 años, vino al mundo Juana I de Castilla . La tercera hija de los Reyes Católicos fue una reina abatida por la desgracia. Acorralada y perseguida por los hombres más poderosos de su tiempo, siempre estuvo marginada del gobierno. Fue una mujer hipersensible, presa en medio de las ambiciones de los hombres con quienes estaba vinculada. Su marido, Felipe el Hermoso, fue un vividor codicioso, mujeriego y sin escrúpulos. Su padre, Fernando el Católico, siempre procedió con un rigor desaforado, cegado por sus insaciables ansias de poder. Y su hijo Carlos V, fácilmente influenciable, se inclinó ante ella, pero solo para dar un golpe de Estado y apropiarse de la Corona. Por si fuera poco, el contraste entre Juana y su madre acentúa las dimensiones de su fracaso. Juana se mostró abúlica en el ejercicio del poder. Isabel tomó la dirección política con resolución y energía. La hija fue una reina injuriada y cubierta de lodo. La madre se ganó el derecho a la herencia por la fuerza de las armas en una sangrienta guerra civil. Juana no quiso hacerse cargo de sus deberes y obligaciones. Isabel no dudó en derrotar a la Beltraneja para usurpar un trono. La realidad siempre supera a la ficción. Todo lo que rodeó a Juana nos recuerda a una novela de aventuras o a una serie de televisión: una vida trágica. Una época agitada. El encuentro apasionado de una pareja de jóvenes príncipes que deben contraer matrimonio a la fuerza y del que brotará un imperio nunca visto. Una decisión estratégica y arriesgada, propia de un auténtico juego de tronos entre familias de la realeza. Una boda que cambiará el mundo conocido hasta entonces. Un amor por consumar, celos enfermizos e intrigas a escondidas de una corte en la que no se puede confiar porque nada ni nadie son lo que parece . Varias muertes imprevistas cambian el orden de sucesión. Una soberana pusilánime, incapaz de asentar su monarquía sobre bases firmes. Conspiraciones, juego político, golpes bajos y puñaladas a traición. Una reina que amó, y mucho. Una reina que sufrió lo indecible en esta vida. Una reina cuya lastimera existencia no se antoja digna de envidia. El Romanticismo explotó sus múltiples matices como heroína sentimental, mujer marginada desde el punto de vista político, reina sin corona y esposa definida como «Quijote del amor conyugal» por la propia Emilia Pardo Bazán. La última incursión teatral de Benito Pérez Galdós, Santa Juana de Castilla, también suscitó enorme interés. Estrenada el 8 de mayo de 1918 en el teatro de la Princesa de Madrid y con Margarita Xirgu como actriz principal, la obra, definida por el autor como «poema dramático» prescinde de los manidos tópicos para adentrarse en un personaje que en su tratamiento encierra un bello espiritualismo cristiano. Juana no estaba loca , en el sentido vulgar de la palabra, simplemente era una mujer que carecía de la voluntad y energía que se exigían a los gobernantes. La política no le interesaba, solo le preocupaba su vida privada y las relaciones personales con su marido. Era una reina que no quería reinar, pero, para su desgracia, ella era la heredera del trono de Castilla. Durante muchos siglos la visión sesgada de la historia relegó a esta formidable mujer al más profundo silencio y sin embargo, consta que en no pocas ocasiones Juana fue firme, sabia, decidida, valiente ; que llegó a estar dispuesta a gobernar aun sin tener las armas adecuadas, que le fueron negadas en su educación. El relato dominante ha arrojado a Juana a la ignominia del olvido. La banda sonora de su vida es un réquiem decadente elaborado a base de rumores y de infamias. Un melodrama italiano propio de Donizetti, Verdi o Puccini. Víctima de los estereotipos, presa de fantasmas, encerrada en su pena , Juana mal llamada la Loca, es sin duda la gran perdedora de la historia de España.