Firme defensa de la Constitución
El mensaje de Nochebuena de Su Majestad el Rey ha consistido en una ambiciosa defensa de nuestra convivencia democrática y constitucional. La rotundidad y la solemnidad del mensaje convierten al de esta noche en uno de los grandes discursos de Felipe VI. Con excepción de las palabras pronunciadas el 3 de octubre de 2017, es probable que no existan precedentes de una intervención tan sólida y explícita. En el año en el que nuestra Carta Magna cumplía 45 años, y en el que la Princesa de Asturias juró nuestra Constitución, el Rey aprovechó su mensaje navideño para asumir en primera persona la defensa del pacto democrático en un gesto que denota la situación de singular excepción institucional en la que vivimos. Don Felipe aludió de inicio a los problemas ordinarios que inquietan a la ciudadanía, como son la sanidad, el empleo o el acceso a la vivienda de los más jóvenes, para acto seguido concentrar su intervención en la protección de nuestras garantías constitucionales como único marco posible para afrontar con estabilidad y certidumbre los desafíos futuros de nuestra nación. Las palabras del Rey no soslayaron en ningún instante el delicado momento en el que nos encontramos y su mensaje adquirió una altura de Estado, tal y como la actual coyuntura exige. Es especialmente significativo que el Jefe del Estado haya tenido que recordar que los únicos legítimos titulares de la soberanía nacional somos todos los españoles, sin excepción, parcialidad ni privilegios. Su defensa de la unidad sirvió también para subrayar la necesidad de defender la solidaridad no sólo entre ciudadanos, sino también, y en estos momentos esta mención está cargada de sentido, entre territorios y comunidades autónomas. En un tiempo en el que la igualdad civil se ve amenazada, resulta reconfortante ver ratificado en el mensaje del Rey un compromiso tan firme con la unidad, la solidaridad y el respeto a unas instituciones cuya acción debe quedar sometida al imperio de la ley. Especialmente relevante fue su mención a la protección de las distintas competencias institucionales, lo que inequívocamente hace referencia a la defensa de la separación de poderes y que muy probablemente atañe de forma específica a la defensa de la independencia del Poder Judicial. Felipe VI no decepcionó y en estricto ejercicio de la responsabilidad que le es debida, apeló incluso al deber moral para evitar que se instale entre los españoles el germen de la discordia. En pocas ocasiones hemos escuchado al Monarca servirse de expresiones tan inequívocas. Su intervención fue firme a la hora de diagnosticar la división como la causa de nuestros peores errores pasados, pero el mensaje del Rey también se proyectó a futuro, insistiendo de forma literal en nuestra «verdad como nación» y haciendo mención explícita a las generaciones venideras en varias ocasiones. Este matiz generacional, en clara consonancia con la jura de la Constitución de la Princesa Leonor, se evidenció al retomar un imperativo que ya adelantó en su discurso del Congreso por la apertura de la XV Legislatura: debemos tomar conciencia del gran país que tenemos para poder legar a los más jóvenes una España unida, cohesionada y sólida en sus convicciones democráticas. Esa responsabilidad histórica, la de ofrecer a los que vienen una España más unida y más robusta que la que recibimos, es quizá el propósito que mejor resume la intención del discurso del Rey y que manifiesta una obvia preocupación. Si Don Felipe se siente en la necesidad de defender la custodia de las instituciones democráticas y la unidad de la soberanía nacional es porque es consciente de que existen agentes políticos afanados en erosionarlas. En un discurso histórico, las palabras de Don Felipe mostraron una responsable inquietud y confirmaron la necesidad de nuestro marco legal y constitucional. Esa es la misión que se espera de quien es el Jefe del Estado. Con todo, resulta inevitable referir también la profunda y fundada esperanza con la que el Rey supo subrayar nuestros aciertos históricos recientes, renovando su confianza en que España pueda volver a hacer frente a los retos que el futuro nos ponga por delante. En el mensaje de Nochebuena vimos a un Rey sólido, solemnemente comprometido y consciente del papel que la Jefatura del Estado debe cumplir en la promoción y defensa del imperio de la ley. Sus palabras también suscribieron los afectos que hicieron posible nuestro pacto constituyente. Fue un mensaje cargado de responsabilidad y liderazgo para una nación y una ciudadanía que se encuentran en un contexto singularmente delicado pero que cuentan, al mismo tiempo, con una arquitectura institucional solvente y con un Rey capaz de asumir sobre sus hombros la ejemplaridad que la dignidad de su posición exige.