Factor Farage: Reino Unido entra en terreno desconocido
Durante años, el populista Nigel Farage ha sido una constante incómoda de la política británica: omnipresente en el debate público y decisivo en la victoria del Brexit, pero incapaz de traducir su influencia en poder institucional. Esa anomalía empieza a resquebrajarse. Tanto dentro como fuera de Westminster, está tomando cada vez más peso la posibilidad de que el agitador de masas y amigo íntimo de Donald Trump deje de ser solo un disruptor para convertirse en aspirante real a Downing Street.
El detonante no es solo su liderazgo sostenido en los sondeos, sino la transformación acelerada de Reform UK. El partido que nació como una plataforma improvisada para canalizar el voto del Brexit duro ha dejado de ser una fuerza de protesta. Con apenas cuatro diputados, ha logrado empujar al Gobierno laborista —pese a su mayoría absoluta— a endurecer el discurso y la política migratoria. Y, sobre todo, ha logrado algo que hasta ahora se le resistía: recursos, estructura y proyección a largo plazo.
La transformación se ha consolidado con una cifra clave: nueve millones de libras (alrededor de once millones de euros). Han sido transferidos de una sola vez por Christopher Harborne, empresario de la aviación, magnate de las criptomonedas y residente fiscal en Tailandia. Se trata de la mayor donación individual de la historia de la política británica y convierte ahora a Reform UK en el partido mejor financiado del país. El dinero no compra escaños, pero compra visibilidad, profesionalización y tiempo.
Harborne no es un donante desconocido. Ya había financiado generosamente al Partido del Brexit y respaldado a los conservadores durante la etapa de Boris Johnson. Pero su perfil añade una dimensión incómoda al ascenso de Farage. Es uno de los principales accionistas de Tether, la mayor "stablecoin" del mundo, y a través de esa estructura su fortuna queda vinculada a Rumble, una plataforma de vídeo que compite con YouTube señalada por el Departamento de Justicia de Estados Unidos como parte de una operación de influencia del Kremlin tras negarse a retirar a medios estatales rusos después de la invasión de Ucrania.
Los abogados de Harborne insisten en que es “un opositor apasionado del régimen de Vladimir Putin” y recuerdan que es el mayor accionista privado de QinetiQ, una empresa estratégica de defensa que trabaja con la OTAN y ejércitos aliados. No existe acusación alguna de conducta ilegal. Pero la coexistencia de intereses en la industria de defensa y en un ecosistema mediático bajo sospecha han aumentado las peticiones de escrutinio en Westminster.
Con todo, nada de eso parece, por ahora, frenar el avance de Reform UK. El partido de derecha radical conecta con una parte de la clase trabajadora que se siente abandonada por el laborismo y con votantes conservadores acomodados que perciben a los tories como una formación sin identidad. En ese espacio de desafección, Farage ha conseguido presentarse no solo como alternativa, sino como sustituto.
El reto, no obstante, sigue siendo el sistema electoral. El modelo británico de first past the post penaliza duramente a los partidos con apoyo amplio, pero poco concentrado territorialmente. En definitiva, gana el candidato más votado en cada circunscripción, aunque no tenga mayoría absoluta. Farage conoce bien ese obstáculo: triunfó en las elecciones europeas y fracasó una y otra vez en las generales. Pero el contexto político ahora ha cambiado. La fragmentación del voto no tiene precedentes.
Laboristas y conservadores, que en 1951 concentraban casi el 97% de los votos, hoy apenas superan juntos un tercio del electorado. Mientras que Reform UK ronda el 27%; Labour y tories se mueven en torno al 17-18%; los liberal-demócratas resisten en cifras modestas; y los Verdes, impulsados por un liderazgo más radical de Zack Polanski, captan el voto joven urbano. El resultado es un sistema mayoritario funcionando sobre un paisaje multipartidista, una combinación potencialmente explosiva.
De ahí que empiece a ganar peso una pregunta incómoda: ¿puede el sistema político organizarse para impedir que Farage llegue al poder? Sobre el papel, existen dos grandes bloques. Conservadores y Reform UK suman cifras similares a la combinación de Labour, liberal-demócratas y Verdes. En un sistema mayoritario, no gana quien suma más votos, sino quien llega menos dividido.
La idea de pactos electorales empieza a circular, pero choca con límites evidentes. En la izquierda, un “frente popular” es políticamente tóxico. El laborismo de Keir Starmer no puede permitirse acuerdos con unos Verdes cuyo liderazgo cuestiona la OTAN, ni los Verdes tienen incentivos para rescatar a un partido del que están drenando apoyo. Los liberal-demócratas solo contemplan pactos tras las elecciones.
En la derecha, el dilema es aún más existencial. Algunos conservadores sueñan con “unirse con las filas de Farage” frente al laborismo. Otros temen que cualquier acuerdo con Reform Uk sea una sentencia de muerte: el socio pequeño acaba devorado. Farage, por su parte, no tiene prisa. Su narrativa se basa en presentarse como una ruptura limpia con la política del pasado. Pactar con los tories diluiría ese relato.
Mientras tanto, el trasvase continúa. Más de veinte exdiputados conservadores han cambiado el azul por el turquesa de Reform en el último año, reforzando la sensación de descomposición del viejo partido de gobierno.
Las elecciones galesas, escocesas y locales de Inglaterra de la primavera de 2026 serán la primera gran prueba. Para el Gobierno laborista, pueden convertirse en un referéndum sobre su primer año de mandato con un primer ministro cuyo liderazgo está más cuestionado que nunca. Es más, no se descarta moción de confianza si los resultados son realmente desastrosos.
Con todo, paradójicamente, el líder de Reform UK podría convertirse también en la mejor arma electoral para Downing Street. Convertir la elección en un plebiscito moral —un muro de contención frente al populismo— es una estrategia conocida en Europa. Ya ha funcionado antes en Francia con Emmanuel Macron frente a Marine Le Pen. Y en España, es un mensaje al que también recurre Pedro Sánchez cuando alerta de un pacto PP-Vox.
Pero el voto táctico es volátil y puede operar en ambos sentidos. Los estrategas de Reform UK creen que pueden exprimir el apoyo conservador consolidando a los votantes de derechas que detestan al laborismo. Y ahí reside el verdadero peligro para el establishment británico.
