Que Dios le guarde a Manuel, el último matador
Se abanicaba el sol y se ponía la chaqueta la sombra. Se calaba el sombrero la solanera y se anudaba el pañuelo la zona más sombría. Corría el sudor por la frente del tendido 3 y tiritaban los brazos del 1. La plaza hubiese dado para otro ministerio a los nuevos apóstoles del cambio climático, teorizadores de sillón y moqueta de los incendios que asolan la campera piel de toro. Del fuego se hablaba, y mucho, a la entrada de Cuatro Caminos. Toreramente, la llama la prendió el recién llegado al escalafón de matadores... Читать дальше...