Ancelotti ha cumplido el plan y se jugará la vida en Europa con la red de la Liga bien asegurada.
Tras una muestra de apoyo a Ucrania, el partido se inició con un prometedor quiebro en carrera de Rodrygo, una de las novedades. Sin copa el miércoles, el equipo salió fresco, con otro aire. Jugar un solo partido a la semana es como dormir ocho horas. Cuando solo hay tres días de descanso el fútbol es ojeroso. Esto se notaba en la presión del Madrid, a lo que ayudaba Camavinga, la otra novedad, que tendría que aprovechar los minutos para adquirir experiencias que Ancelotti le ha ido regateando durante meses.
Los buenos propósitos iniciales quedaron en nada en cuanto Carvajal se tuvo que enfrentar a Oyarzabal y a Silva, al que hizo un penalti claro. Marcó el primero. Pensando en Mbappé era un mal presagio. Era más bien escalofriante, pero hay que ver el lado bueno de las cosas, y el 0-1 le ponía al Madrid un ensayo general perfecto para el PSG.
La presión es como ir al gimnasio en enero. Empiezan diez con muchas ganas, pero se van descolgando unos y otros hasta la desolación. Además, la Real salía bien a la contra y defendía con entereza. El fútbol del Madrid iba cogiendo ese punto de tedio que no remedian las pipas. Benzema, viendo el panorama espeso, bajaba a por la pelota, como sherpa de sí mismo, para escalar él solo la jugada. En las salidas de la Real había también algo ‘preparisino’: Merino y Silva buscaban muy bien a los puntas, y esto hacía pensar en Messi y Neymar asistiendo a Mbappé (más escalofríos). En el alambre, estaba y estará Militao.
El ataque del Madrid se construye con dos triángulos que conforman el lateral, el interior y el extremo de cada lado, y que son como las escápulas del equipo. El de la derecha prosperaba más que el de la izquierda. Vinicius empezó a carburar a la altura de la media hora y a partir de ahí arrancó el Madrid. En el 36 hubo un buen pase de Modric sin rematador, y en el 40, un tiro lejano de Camavinga, potente, seco y afortunado, porque dio en Illarramendi, supuso el empate del Madrid. El jugador, al que se le ve algo perdido, tiene estas cosas, estos destellos que son como brillos por los que se intuye que bajo la piedra hay un metal precioso. Al minuto siguiente, robó muy arriba y asistió a Benzema, que marcó un gol que irá al limbo de los 'offsides' nasales.
El Madrid estaba volcado y Modric, ya muy entonado, marcó inmediatamente otro gol desde fuera, un gran zurdazo dirigido al ángulo tras gambeteo a costa de Silva, que tampoco es que sea un defensor checheno.
El Madrid había dado la vuelta al partido en cinco minutos antes del descanso. Había sido un momento europeo, preliminar, con esa electricidad característica suya. La energía del Madrid es así: limpia, blanca, renovable, y un poco inexplicable (y no depende de Rusia).
La defensa, más arriba
La segunda parte empezó con el Madrid dando la mejor versión de sí, cuando roba pronto y puede hacer contragolpes breves, rapidísimos. El partido seguía igual. La Real no subía las líneas, no reconquistaba el balón.
Era interesante ver a Camavinga, que hace un ‘interior’ muy distinto al de Kroos. Él dobla a Vinicius, se convierte en un extremo supletorio, Alaba adquiere más importancia en el pase y Modric centraliza la creación. Esto sube al equipo de manera natural, lo eleva, lo clava más alto.
El juego se fue enmarañando un poco, entrando en una de esas fases confusas en las que se dirime el mando del partido. La Real quería hacer algo más, el Madrid dudaba si volver al viejo vicio del ‘bloque bajo’, pero con esa nebulosa acabó Vinicius en una jugada de habilidad que provocó el penalti, otro gol de Benzema que debería contar como asistencia del extremo. Los penaltis provocados deberían computar así porque ¿qué mejor asistencia hay?
Empezaron los cambios y Asensio marcó como llegador en su primer toque en el campo, y no era un detalle menor porque Rodrygo había hecho un buen partido en su misma posición. Los últimos minutos ya fueron un trámite para pensar en Mbappé, una de las actividades favoritas del Madrid reciente.
