Generación Spielberg
Un cine a las cuatro de la tarde. Una película de Spielberg. Podría ser el recuerdo de infancia de una generación que vio 'En busca del arca perdida' en pantalla grande. Pero estamos en otro siglo y los que esperamos, entre curiosos y reverenciales, ya no somos aquellos adolescentes. Y, sin embargo, queda en nosotros algo de los niños que lloraban cuando ET decía «mi casa». Será porque, como afirma el personaje de Michelle Williams en 'Los Fabelman', las películas son sueños que nunca se olvidan . Sabemos que venimos a ver una historia que Spielberg nos ha contado mil veces: un divorcio, un padre ausente, un niño que se siente solo. Sabemos que sus críticos le acusan de almibarado, aunque tienen que admitir que su cerebro funciona como una perfecta moviola. Hay algo en esa pantalla que nos une: la mitología de Spielberg Creemos reconocer uno de esos suburbios californianos que sus personajes recorrían en bicicleta —el tótem 'spielbergiano'. Y nos emocionamos cuando el protagonista estampa un trenecito eléctrico contra un coche porque nos recuerda a la lenta agonía del camión en 'El Diablo sobre ruedas'. Y en un determinado momento, los desconocidos que compartimos fila, arropados por la oscuridad de la sala, nos llevamos las manos a la cara para enjuagarnos las lágrimas. El movimiento parece coreografiado. Miro a un lado y otro. Tenemos la misma edad. Unos vamos solos. Otros acompañados. A mi derecha hay un chico que no puede parar de llorar y estoy a punto de ofrecerle un pañuelo como si fuéramos amigos . Hay algo en esa pantalla que nos une, aunque jamás volvamos a encontrarnos: la mitología de Spielberg, sus personajes íntegros, la amistad inquebrantable. Y esa lección sutil que impregna toda su obra: que hay que mirar al otro para entenderlo , ya sea un extraterrestre que se comunica con música o un soldado en playa de Omaha. Por eso en sus películas siempre hay unos ojos observando. Porque quiere ampliar nuestra mirada. Dicen que somos la generación X. Un historiador un poco más atrevido nos habría llamado Generación Spielberg y no se habría equivocado.