El arte es para vivirlo
Las dos personas normales se encuentran en el vestíbulo del ayuntamiento. Han ido a hacer gestiones, pero se dedican a contemplar una muestra de fotografía de algún artista local, llena de caras, plantas y detalles de puertas, casi todo en blanco y negro. —Hola. —Ah, hola. —No te hacía por aquí. — Pues ya ves. —Te hacía en otro lado. —Y ¿dónde me hacías, si puede saberse? —No lo sé. En alguna parte. —Pues aquí estoy. —Ya lo veo. No sabía que te gustara la fotografía. —No, no, si no me gusta. ¿A mí por qué va a gustarme la fotografía? —Como estás en una exposición… —No tiene nada que ver. También voy mucho al médico y no estoy enfermo nunca. O me meto en tiendas de zapatos, que me dan igual. O voy a misa. Yo aquí he venido a una cosa del padrón, pero me he bajado a mirar esto. Como tardan… —¿Te han dado número? —Sí. —¿Cuál te han dado? —El E17. —¡Agua! —Los dos ríen—. Yo he venido a una cosa del catastro, para no sé qué que quiere saber el pequeño, y me han dado el B36. —¡Tocado! -Ríen los dos. —Así que me he bajado. Total, para esperar arriba... —Has hecho bien. ¿Y es ventanilla única? —Creo que sí. —Por eso harán lo de las letras. La E será para lo del censo y la B para lo del catastro. —Pues lo mismo. Las dos personas normales siguen ojeando las fotos, sin prestarles mucha atención, pero sin prisa tampoco. Confían en que la cola de arriba irá despacio. —Para números, los cuadros estos. Que aquí ya expone cualquiera. —¿Qué pasa? ¿No te gustan? —Pichí pichá. —Es que son fotos modernas. A mí me gustan más las de perros. —A mí, las de monos haciendo cosas de persona. Pero tampoco se puede abusar mucho de eso, que luego se pierde la gracia. —¿Y por qué no te gustan estas? —Por lo que sea. —Ah, ya. El arte es que es así. —El arte de verdad, sí. El arte de verdad no se piensa. El arte es para vivirlo, como dijo uno en la tele. —¿Quién lo dijo? —Pues no sé, tampoco me fijé mucho. Igual lo dijo Ferreras. —¿Ves mucho a Ferreras tú? —¿Yo? Si acaso, a mediodía. —Pues a mediodía sale, ¿no? —Para mí es como si estuviera todo el día. —¿Y le gusta a Ferreras el arte? —Yo creo que sí, pero no sabría decirte. Una vez vi un vídeo de él y estaba bailando en un chalé. —Ah, sí, ya sé cuál me dices. Las dos personas normales se detienen ahora frente a la imagen de una pirámide blanca sobre un suelo brillante y negro. —Pues dices tú, pero para mí esto es arte arte. Mira las líneas. —¿Qué les pasa a las líneas? —Nada. Que hay. Y eso no es normal en las fotos, ¿no? En las fotos de perros, por lo menos. Esta parece como recortada, parece un triángulo pegado. Y mira esta… Señala un pomo redondo clavado a un tablero de madera. —¿Qué le pasa? —Parece un círculo en un rectángulo. Pero, si lo miras bien, es una puerta. —¿Y si no lo miras bien? —Me refiero a que eligen un trozo de puerta, pero ya no parece una puerta, parece que estuvieras en el colegio, aprendiéndote el cuadrado y el trapecio. —Me gustaba a mí la geometría. —Y a mí. A poco que te pongas, si lo piensas, todo es bastante geométrico, ¿no? —Un poco sí. Mira eso… La segunda persona normal señala un árbol negro sobre un cielo blanco y límpido, que el artista local, justo al lado, ha ensayado también en rojo. —¿Qué ves aquí? —¿Yo? Un árbol. ¿Tú? —Yo, una metáfora de cosas. —¿De qué cosas? —De cosas rojas. De la sangre. De las fresas… —Ya te sigo. —Del sol ese que hay en Japón. De un Volskswagen Polo, por ejemplo. De los pimientos del piquillo. —¿Dónde estará el Piquillo? —Yo creo que no es un sitio. —Ah, ya. O igual es que es una metáfora de Al Rojo Vivo. Las dos personas normales recorren la última pared, que es tirando a pequeña. El vestíbulo no da para más. —Pues dices tú, pero yo creo que el verdadero arte es el que se entiende, aunque no te guste del todo. —Sobre gustos no hay nada escrito, que digo yo. Yo creo que es el que te hace sentir cosas. El que hace que pienses «qué frío», o «qué claro», o «qué susto», o lo que sea. Para mí el arte de verdad es el que se te queda en el ojo, que luego no te lo quitas ni con un pañuelo. —Qué bonito eso que dices. —A veces es cosa seria y a veces se parece más a un juego, pero siempre te deja pensando, como cuando oyes a la Rosalía y piensas: «¿Qué habrá dicho?». —Mejor serio, ¿no crees? Para jugar, ya juego al tute. —O a los barcos. —O a los barcos mismo. ¿Qué número tenías tú? -¡Tocado! —Ríen—. Pues igual te toca ya y tenías que estar arriba. Igual hasta se ha pasado el turno. —¿Y tú? —El B36, me parece que era. —Pues lo mismo te digo. —¿Qué me dices? —Pues lo mismo: que tocado y hundido.