Editorial: Embestida antidemocrática en Israel
Impulsada por el gobierno más extremista e intransigente de su historia, la democracia israelí sufre en estos momentos un severo ataque a su institucionalidad y los fundamentos esenciales de toda democracia liberal, entre ellos, la separación de poderes, la independencia judicial y la necesidad de pesos y contrapesos.
Aún existen posibilidades de frenarlo, pero estas cada vez parecen menores. El ímpetu autocrático del primer ministro, Benjamin Netanyahu, y los partidos con los que logró una estrecha mayoría en la Knéset (parlamento) tras las más recientes elecciones, es enorme. Ya dieron allí el primer paso para sus reformas antidemocráticas y, aunque la oposición de amplísimos sectores políticos y sociales es multitudinaria y activa, el gobierno no da hasta ahora muestras de disposición a negociar y atemperar el contenido del cambio.
Los dos cambios más importantes que impulsa, y que fueron aprobados en primer debate el martes 21, darían a la mayoría gobernante, por muy estrecha que sea, un poder arrollador y sin adecuados controles sobre asuntos clave para la integridad de las instituciones, la composición y autonomía del poder judicial y la administración de justicia, incluso sobre asuntos que afectan derechos fundamentales de la población.
En esencia, otorgarán al gobierno el control sobre los nombramientos de jueces, incluso de la Corte Suprema, e impedirán que esta pueda frenar leyes que considere violatorias de principios básicos, a menos que lo decida la totalidad de sus 15 magistrados. Sin embargo, la Knéset podrá anular por simple mayoría una eventual decisión unánime de los magistrados.
Además de lo anterior, pretenden disminuir la independencia de los contralores de legalidad en cada ministerio. Actualmente, deben rendir cuentas a la fiscala general, pero en adelante serían nombrados y responderían a cada ministro.
De todas maneras, alteraciones de esta índole constituyen recetas para la arbitrariedad y un “mayoritarismo” autocrático, capaz de imponerse sin controles sobre sus adversarios políticos o minorías; en este caso, particularmente los ciudadanos árabes, que ya enfrentan varias restricciones. Sin embargo, en Israel tendrán un impacto mayor aún. El país carece de una constitución formal que blinde procedimientos, garantías y normas fundamentales; al contrario, la Knéset ha pasado a lo largo de varios años una serie de “leyes básicas” que enmarcan las instituciones y tutelan los derechos. Con la reforma, podrán alterarse con gran facilidad. Por ser un parlamento unicameral, ni siquiera existirá el filtro de otra cámara, y el presidente, que ejerce funciones esencialmente simbólicas, carece de poder de veto.
Las reformas responden a un designio autocrático que, a la vez, encubre intereses personales. Desde hace años, Netanyahu enfrenta serios cargos de corrupción, que avanzan en el marco de la independencia judicial. Sus críticas a los jueces son tan agresivas y reiteradas como infundadas, y si las reformas se consolidan, bastaría con la mayoría parlamentaria para frenar el proceso. Por esto, la fiscala general, Gali Baharav Miara, señaló la existencia de un potencial conflicto de intereses.
El presidente, Isaac Herzog, demócrata ejemplar, fue más allá, al decir que Israel se encuentra al borde de un “colapso constitucional”. El líder del Partido Laborista, de oposición, advirtió que están de por medio “el carácter del país” y “los derechos básicos de su población”. Hasta el discreto embajador estadounidense, Tom Nides, manifestó que el gobierno debería “activar los frenos” e intentar la búsqueda de un consenso sobre las reformas.
Por sus demoledoras consecuencias para las instituciones, la convivencia plural, los derechos ciudadanos y la seguridad jurídica, la inquietud por las reformas incluso toca a los sectores empresariales del país, en particular los emprendedores tecnológicos. Algunas pocas empresas anunciaron el freno de inversiones o el traslado de operaciones a otras jurisdicciones. Podrían seguir más y generarse una tendencia.
Hacer una pausa en el proceso para buscar acuerdos y evitar una fractura profunda es técnicamente posible: aún faltan dos debates parlamentarios para que se consoliden. Sin embargo, no parece existir voluntad alguna de que ocurra. La composición del gobierno, el afán de poder, intereses personales y tendencias excluyentes de Netanyahu alejan esa posibilidad.
En octubre del pasado año, en sus memorias, tituladas Bibi: Mi historia, el hoy —de nuevo— primer ministro mencionó a algunos de sus líderes contemporáneos preferidos. Silvio Berlusconi, Jair Bolsonaro, Xi Jinping, Donald Trump y Vladímir Putin estuvieron en su lista. Es difícil esperar un cambio de rumbo.